20 de diciembre de 2008

VACACIONES Y VIAJES SEÑALADOS

Fue un verano estupendo el del año 2008. Más de 3 meses, desde medidos de Junio hasta finales de Septiembre, en la Costa Dorada, en zona de Playa.
En tantos días de verano hemos compartido y gozado de la compañía de las hijas y otros familiares
Pero cuando se pasa tanto tiempo en el mismo lugar, uno se habitúa a la rutina cotidiana , de tal forma que hasta lo monotonía es digna de señalar, ya que cada día, de no tener otros proyectos, la hoja de ruta es la misma.
Despertarse con el rayo de Sol que penetra por la superación de la persiana y cuando ya se oye el movimiento en la calle, gozando de buena salud y optimismo, pero sin tener prisas para ir a ninguna parte, es señal de auténtico "ocio vacacional".

15 de noviembre de 2008

Odisea y pánico el día de Santa Lucía.

Siendo todavía un niño, quizás entre los 8 ó 9 años, sufrí un accidente en un ojo y ante el temor de perder la vista, mis padres me encomendaron asistir a la misa de Santa Lucía por dos años consecutivos, el día de la Fiesta Patronal, (13-Diciembre) en la Parroquia de FREIXO, a dos horas de camino desde Amandi. Para hacer este viaje me acompañaba mi padre y como medio de transporte teníamos un burro.
Nuestra ruta se bifurcaba por unos caminos entre bosques y vegetación silvestre; no había otra ruta mejor y además era frecuente cruzarse con lobos.
Uno de los años que nos dirigíamos a cumplir con nuestra promesa, a una hora tempranera por ser en pleno invierno, sobre las 8.30 de la mañana, tuvimos la mala suerte de sufrir el miedo más grande que jamás olvidaré. Se nos cruzaron en la ruta una manada de lobos, unos 5 ó 6 por lo menos, sé que vi muchos, que salían en perpendicular al camino de entre la vegetación y nos acechaban con unas miradas de pánico. Yo iba montado en el burro y mi padre a pie caminando en paralelo llevaba una cayada bien agarrada como soporte del paso a paso y para lo que pudiese ser necesario. Cuando nos vimos en aquel peligro el burro se plantó y no quería caminar. Yo en lo alto del pollino ni siquiera podía respirar, pero el arrojo y valentía de mi padre entre gritos para ahuyentar a las fieras y golpes con la cayada en el suelo, se impuso airosamente al ataque de intimidación y acorralamiento a que nos sometían semejantes fieras. No se si fue un milagro o la valentía de un padre que se sobrepuso a sus mismas fuerzas en defensa de nuestra integridad.
Mi padre sabía muchas oraciones porque la abuela que era muy devota se las había enseñado y pienso que entre rezos y gritos sonoros de defensa pudimos superar la odisea del pánico en que nos encontrábamos. El caso es que los animales se apartaron al lateral del sendero y aunque nos siguieron unos cuantos metros, poco a poco los fuimos perdiendo de vista. Eso sí, durante el resto del camino, recuerdo que nuestras miradas eran a un lado y a otro, como los espectadores en un partido de tenis.